viernes, 9 de enero de 2009

TERTULIA A LAS SEIS

Doña Paquita despidió a sus amigas a la puerta de su casa, sonriente, entre besos al aire y promesas de que la nueva reunión sería, si cabe, más divertida y fructífera que la que acababa de rematar. Luego esperó un rato apoyada en el quicio de la puerta, observando como las tres mujeres desaparecían en la oscuridad de la noche, cada una camino de su hogar, de la rutina semanal que se rompía en las tardes de domingo. Era ese el día en que las cuatro amigas se reunían para echar una partidita al tute o al chinchón y sobre todo para charlar animadamente, poniéndose al día de las últimas novedades del barrio, que solían ser bastantes y de lo más interesantes, frente a una copita de licor de café, de anís o de lo que se terciara.
Doña Paquita se había quedado viuda unos años atrás, cuando a su pobre Eustaquio se lo llevó al otro mundo un cáncer de pulmón de lo más traicionero, a él, que no había probado el tabaco en su vida. Ni un achaque, ni una visita al médico...nada, hasta que un dolor en el costado y una tos persistente hicieron acto de presencia. El hombre fue muy terco, todo hay que decirlo, pues acostumbrado como estaba a tener una salud de hierro no quiso acudir al doctor hasta que ya era tarde y claro, duró apenas dos meses. En el fondo fue mejor así, porque para estar sufriendo..... pero lo cierto es que ella se quedó muy sola, y sobre todo muy triste. Los hijos ya eran mayores y ya tenían su vida, una vida que apenas tenía nada que ver con la suya propia y cuyos detalles casi ni conocía. La visitaban de vez en cuando, eso sí, pero cada vez esas esporádicas visitas eran más espaciadas, incluso se atrevería a decir que más casuales. Por eso, cuando aquella tarde de invierno se encontró con su amiga Inés en la cafetería de Fermín, fue como si un ángel llegara a la tierra dispuesto a devolverle la sonrisa. Inés y ella habían sido amigas inseparables de solteras, hasta que cada una se casó y tomaron caminos diferentes. Inés se marchó con su marido a la Argentina y allí estuvieron hasta que la jubilación los devolvió a la madre patria. Quiso la mala suerte que Ramiro, el marido, apenas sobreviviera unos meses a su regreso a España, pues un infarto fulminante terminó con su vida. Según su viuda, el tabaco y las opíparas cenas fueron lo que arrastraron al pobre hombre a la tumba tan prematuramente y precisamente cuando habían comenzado a disfrutar de su merecida jubilación. Pero Inés, al contrario que Doña Paquita, no se amilanó ante la desgracia y se dijo a sí misma que tenía que continuar viviendo, pues eso era lo que su difunto marido hubiera querido. Ni corta ni perezosa contactó con dos amigas de juventud, Micaela y Rita, y puesto que sus circunstancias personales resultaron ser parecidas ( Micaela era una solterona recalcitrante y Rita una feliz divorciada), se unió a ellas en sus discretas correrías. Con el transcurrir de los años las fiestas fueron dejando paso a diversiones mucho más tranquilas, como las consabidas reuniones en casa de cualquiera de ellas. Cuando Inés se encontró a su vieja amiga Paquita en el bar de Fermín, alicaída y llorosa por la pérdida de su marido, no dudó en invitarla a compartir sus encuentros, los cuales, sin duda, contribuirían a levantar el ánimo de la pobre mujer. Ella, aunque al principio se resistió, accedió finalmente a acudir a la tertulia, más que nada por compromiso, y el día señalado se presentó a las seis en punto en el pisito de Inés. Los resultados de aquel primer encuentro fueron asombrosos, no sólo se olvidó por unas horas de su reciente desgracia, sino que se ofreció para celebrar tan fantásticos encuentros en su casa, pues era la más grande y cómoda de las cuatro. Así comenzó todo. Llevaban ya más de cuatro años reuniéndose todas las tardes de domingo, cita ineludible e inexcusable a la que ninguna de las cuatro había faltado nunca, tal era el gusto que las mujeres sentían por el cotilleo desmesurado.
Aquel domingo, como tantos otros, cuando sus amigas se hubieron marchado y después de haber recogido los restos del encuentro, Paquita encendió la televisión y se sentó frente a ella en la cómoda mecedora. Sin hacerle mucho caso, cerró los ojos y comenzó un suave balanceo, mientras recordaba, palabra por palabra, la agradable tertulia de aquella tarde…

-Pues la noticia que os traigo es de órdago, no os lo vais a poder creer – contaba Micaela, mientras se servía una generosa copita de anís - ¿Os acordáis de Alfonsito, el hijo de Dominga, la pastelera?
-Claro, el que estudiaba derecho en Salamanca – repuso Inés – a estas alturas ya debe tener su despacho montado. Muy guapo era el muchacho, y muy estudioso, según decía su madre.
-A eso voy yo –continuó Micaela- El otro día fue el cumpleaños de mi sobrino Ramón y me invitó a comer. De camino a su casa, paré en la pastelería de Dominga con la intención de comprarle una buena caja de bombones artesanos, que se que le encantan al muchacho. Allí estaba ella, ya sabéis, tan ufana y orgullosa como siempre, como si su dulcería fuera la única en la ciudad. Mientras me servía los bombones le pregunté por su Alfonsito, por compromiso por supuesto, no es que a mí me importe lo más mínimo lo que hace el chico. El caso es que me sorprendió que me contestara con evasivas, hablándome todo el tiempo de lo mucho que le iban a gustar los bombones a mi sobrino, sin mencionar ni de lejos a su Alfonsito. Pero lo que más me llamó la atención fue ver salir al chico de la trastienda, ataviado con un delantal blanco y todo manchado de harina. Me quedé muda del asombro y Dominga también, pero de vergüenza, tanto que se limitó a envolverme los bombones con las mejillas encendidas. El caso es que ayer, me crucé en el rellano de la escalera con Berta, la vecina del segundo, que es prima hermana del marido de Dominga, una mujer muy agradable y muy servicial. Me saludó y me preguntó por mi hermana Carmen, que hacía tiempo que no veía y no sabía que la habían operado de cataratas. Y tal fue la curiosidad que se me metió en el cuerpo por ver al muchacho de aquella guisa que me atreví a preguntarle por Alfonsito, comentándole mi encuentro casual con él en la pastelería. Ni os imagináis lo que me contó. Pues que el muchacho ni abogado ni nada, que ahora lo han puesto a trabajar en la panadería.
-¿Y eso? Con lo bien que le iban los estudios….que cosa más extraña ¿no? – repuso Paquita.
-Que va hija, que va, de extraño nada, que los tenía a todos engañados. Cinco años en Salamanca viviendo del dinero de sus padres y dedicándose a la juerga. Parece ser que no sólo no tocaba un libro, es que ni siquiera estaba matriculado en la Universidad. A sus padres les mentía, les decía que los estudios le marchaban de maravilla y claro, con el paso del tiempo, cuando llegó el momento en que debería haber terminado se descubrió todo el pastel. Acabó confesando. El primer año le fue tan mal que no se atrevió a decirlo y el segundo tres cuartos de lo mismo. Hasta que la mentira se hizo tan gorda que ya no supo como rectificar. Además parece ser que Dominga ya había hablado con un abogado de la capital para que le diera trabajo al chiquillo y ahora ni trabajo ni nada. ¡Qué vergüenza! Han tenido que ponerlo a trabajar en la panadería, porque visto lo visto, no vale para otra cosa.
-Pobre Dominga – dijo con pena Paquita – menudo disgusto que se habrá llevado.
-¿Pobre? – repuso Micaela – le está bien empleado, tanto presumir de hijo, tanto ensalzarlo contándole a todo el mundo lo inteligente que era y lo trabajador y no se qué cosas más. Su hijo siempre era el mejor y ahora mira…le está bien empleado, por presuntuosa.
- Tiene razón Micaela, Paquita – argumentó Rita – A Dominga le está bien empleado. Tiene una lengua viperina con la que critica a todo el mundo. Fíjate que hace unas semanas me contó lo disgustada que estaba Teodora, la mujer del sastre de San Lázaro, por lo que había hecho su hija, y me lo decía contenta, regocijándose en el dolor ajeno.
-Pues ¿qué hizo la hija de Teodora? Camelia, creo que se llama ¿no? Una chica muy mona, y muy formal, por lo que yo se.
- ¡Ay Inés! ¡Qué equivocada estás! Muy mona si que lo es, pero lo de formal….
-Bueno hija pues cuenta – dijo Paquita – ¿qué eso tan grave que ha hecho, para que se le quite la formalidad?
-Veréis – comenzó Rita su relato – La niña Camelia tenía novio formal desde hacía muchos años, por lo visto comenzaron a salir casi de niños, no tendrían más de catorce o quince años. El es un muchacho encantador, yo le conozco, hijo de un médico de mucho renombre, y adoraba a Camelita. Daba gusto verlos, tan guapos, tan educados, tan enamorados… Juntos media vida, hasta hicieron la misma carrera para no tener que separase, marcharon a Madrid y estudiaron ingeniería informática. Luego montaron una empresa y cuando económicamente estuvieron asentados, comenzaron a proyectar el casamiento. Se compraron un chalet a las afueras de la ciudad y lo fueron decorando con gusto exquisito, según me contaron. Cuando tuvieron el nidito de amor preparado, fijaron la fecha del enlace. Tenían que haberse casado hace dos meses, pero no fue posible. Dos semanas antes de la boda la niña les dio la noticia. Estaba embarazada de un iraní con el que al parecer mantenía una relación secreta desde hacía unos meses. Por supuesto tuvieron que suspender la boda, fijaros que bochorno para esos pobres padres y sobre todo, para el muchacho, que encima de cornudo, apaleado. Ella por supuesto marchó para Irán con el otro, de nada sirvieron los intentos por convencerla de que lo que estaba haciendo era una auténtica locura. ¡Pobre chico! Parece ser que está con una depresión tremenda.
- Pues si, pobre muchacho, tiene que estar hecho polvo y esos padres también – repuso Paquita apenada – pero os voy a decir una cosa, de casta le viene al galgo.
-¿Y eso? – preguntó con extrañeza Rita, mientras las otras esperaban la respuesta expectantes.
-¿No sabéis la historia del sastre?
Las otras negaron con la cabeza.
-Pues veréis, Manolito el sastre siempre fue muy mujeriego, le gustaban más las mujeres que a un tonto un caramelo. Comenzó a salir con Teodora cuando ambos eran muy jovencitos, pero él no perdió ocasión de ir de flor en flor. La hizo sufrir mucho, muchísimo, andaba con unas y con otras delante de ella, que lloraba por todas las esquinas. Y aunque todo el mundo le decía que se olvidara de él, que un hombre así no lleva a ningún lado, ella seguía enamorada de él como una boba. Yo no digo nada, ya se sabe, las cosas del amor…. El caso es que a él lo llamaron a filas y le tocó hacer la “mili” en Canarias. Ya sabéis que por aquel entonces el servicio militar duraba mucho, no recuerdo si dos o tres años. Todos se dijeron que mejor ocasión no se le podía haber presentado a Manolito para sus continuos devaneos. Lejos de Teodora podía dar rienda suelta a sus instintos sin necesidad de enfrentarse con ella. Así que el muchacho se fue y ella quedó aquí llorosa, guardándole la ausencia, esperando con impaciencia recibir sus cartas, como una tonta, sin querer admitir que si cuando estaba aquí le era infiel, estando lejos lo iba a ser más. Pero bueno, ya sabéis lo imbéciles que podemos llegar a ser las mujeres cuando estamos enamoradas. Teodora, como ya os he dicho, esperaba las cartas de Manolito con verdadera ansia y era feliz leyendo las idioteces que él le escribía, que seguramente no eran más que una sarta de mentiras. Así fue pasando el tiempo y cuando llegó el momento en que Manolito tendría que regresar, no lo hizo. A su novia le ponía las excusas más peregrinas, de las que ahora, por supuesto, ni me acuerdo. Mas un día, o mejor dicho, una noche, totalmente de improviso, apareció. Él y su padre, Amador, el del molino, aparecieron en casa de la muchacha a altas horas de la madrugada, ante la sorpresa de ella y de su familia que no entendían nada de lo que parecía ocurrir. Muy gordo era lo que pasaba, amigas mías, pues en sus correrías Manolito había dejado preñada a una muchacha, hija de un jefazo militar de allí, de Canarias y claro, le obligaban a cumplir, cosa que no le hacía ninguna gracia. Era ese el motivo de su retraso en regresar. El padre de la chica estaba preparando el casamiento, ante el agobio de Manolito que se veía abocado sin remedio a cargar con un hijo y con una esposa que no entraban en sus planes de vida. La única solución que se le ocurrió fue escapar y casarse rápidamente con Teodora, la mujer que amaba, a pesar de cómo se había portado con ella. Para eso se presentaron aquella noche en casa de la chica. Le plantearon el problema y le propusieron la solución. Teodora, medio disgustada por toda la historia, se mostró al principio un poco reticente a contraer matrimonio con aquel hombre que por un lado decía quererla y por otro dejaba en estado a otra mujer, pero su corazón se ablandó cuando él le pidió perdón y le juró que nunca más le sería infiel. Finalmente ella accedió, pero con una condición: tenía que reconocer al hijo que esperaba la otra mujer, pues el niño no tenía culpa de la mala cabeza de su padre. A él no le quedó más remedio que aceptar, muy a pesar suyo. Aquella misma noche los casó Don Jacinto, el cura del pueblo, que estaba al tanto del problema y así se puso punto final a la vida licenciosa del Manolito. Nunca más se le conocieron más mujeres, al menos de puertas para fuera. Si le puso los cuernos a Teodora, lo hizo discretamente.
-¿Y el hijo que tuvo con la otra? – preguntó Inés
-Pues por mala suerte, o por buena, vete tú a saber, el pequeño nació mal y murió nada más nacer. Pero ya veis, primero el padre fue un bala perdida y luego la hija fue por el mismo camino
-Vaya – dijo Rita – ignoraba yo por completo la historia de Manolito y Teodora. ¡Quién lo diría!
-Pues ya ves, en todos los sitios cuecen habas. Y os digo una cosa eh, esa chica no ha de para ahí en sus correrías.
-Tienes razón, Paquita- dijo Inés – eso se lleva en la sangre, y en cuanto se canse de la vida en Irán, tan lejos de casa y con un hombre que no le ha de permitir devaneo alguno, lo mandará a tomar viento.
-No es tan fácil Inés, ya sabes como son los árabes, muy moros, nunca mejor dicho – dijo Micaela
-Eso es verdad. Le debió entrar media locura a la pobre muchacha, no sabe lo que le espera. Cuando quiera escapar ya será tarde. Esto me recuerda a Fina la hija del mecánico, pobrecilla. Sabéis que se casó hace unos años con Rogelio, el hijo de la señora Carmen ¿verdad?
Las otras asintieron en silencio.
-Bueno pues sabréis también que a sus padres no les hizo mucha gracia semejante boda y no les faltaba razón. El muchacho siempre fue un cabeza loca, le gustaba beber, el juego, hoy trabajaba aquí, mañana allá….y no es que fuera mala persona, de eso nada, pero no era la clase de hombre que unos padres quieren para su hija. El caso es que Finita se empeñó en casarse con él y los padres no tuvieron más remedio que acceder. Pues bueno, cuando se casaron se fueron a vivir con la madre de él, que ya se sabe como es, una arpía, una serpiente venenosa y así fue para la pobre chiquilla. Parece ser que la trataba como una cenicienta, tenía que hacer todas las tareas de la casa mientras ella se dedicaba a pasear por el pueblo haciendo recados inexistentes. Encima era ella la que manejaba el poco dinero que ganaba su hijo, a Finita no le daba un duro, pues decía que siendo ella la que se ocupaba del mantenimiento de la casa, poca falta le hacía a la chiquilla andar con un dinero en el bolsillo. La pobre soportaba con resignación todas las maldades de su suegra, tal era el amor que sentía por su marido. Al poco se quedó en estado de su primera hija, un embarazo que estuvo a punto de malograrse dos veces, puesto que el médico había recomendado a la muchacha reposo, pero la malvada de la suegra no la dejaba descansar ni un segundo. Decía que esas eran tonterías, que ella había estado embarazada siete veces y que en ninguna de ellas había dejado de trabajar y mucho más duramente. Sólo cuando tuvo la segunda amenaza de aborto la dejó en paz, aunque sin dejar de mortificarla por lo vaga que era. Luego, cuando la niña nació, decidió que una mujer débil y enfermiza no podía cuidarla, así lo mejor era que ella misma se hiciera cargo de la pequeña. Finita enfermiza nunca fue, pero débil de carácter si, y aguantó que la suegra mangoneara su vida de semejante manera por no tener enfrentamientos con ella ni con su marido. Éste, que resultó ser un pelele de poca monta, hacía todo lo que su madre ordenaba y siempre se ponía de su lado en las discusiones, a cambio de que ella pasara por alto sus correrías. Hace unos días llegó tan borracho a casa que a un mínimo reproche que le hizo su mujer respondió con una paliza, según la chica con la ayuda y el beneplácito de la madre. Fijaros como sería que la chica salió ayer del hospital, donde estuvo internada diez días. Por supuesto se fue directamente a casa de sus padres. Dice que no quiere volver con su marido, que lo único que desea es que le devuelvan a su pequeña, a lo que la suegra, por supuesto, se niega en rotundo. Imaginaros el panorama.
-¡Uy, por Dios! Pobrecilla, pues va a sufrir mucho la chiquilla, os lo digo yo, que fui vecina de la suegra cuando era una niña y ya por aquel entonces era una mala pécora. – dijo Micaela.
- Ya veis, a veces cuanto más buena eres, más desgracias te manda el Señor, porque esta chiquilla…..si es un trocito de pan – adujo Rita.
-En fin – concluyó Paquita – que hay para todos, y todos tenemos que aguantar lo nuestro. Ahora, ¿Qué os parece si echamos una partidita al tute?
Todas accedieron y tomaron posiciones alrededor de la mesa camilla pulcramente vestida con su faldón de ganchillo blanco. Ante unas copitas de anís y unos pastelitos, iniciaron su partidita de cartas. Los cotilleos habían llegado a su fin.

Doña Paquita se levantó soñolienta de su mecedora, con una sonrisa en los labios provocada por los recuerdos de aquella tarde, de aquella maravillosa tarde de domingo. Se levantó y renqueante se dirigió a su habitación, era hora de dormir. Dentro de siete días un nuevo domingo volvería a sacarla de la rutina, volvería a hacer su vida un poco más feliz.

martes, 16 de diciembre de 2008

LA AGITADA VIDA AMOROSA DEL TONTO DEL PUEBLO

Se llamaba Andrés, pero todo el mundo lo conocía como "El Largo". Su madre, Luisa, apareció un día en el pueblo procedente de sabe Dios dónde, deambulando por sus calles pedregosas y polvorientas como alma en pena, con una raída maleta de cartón por todo equipaje. Los pueblerinos la miraban con una mezcla de curiosidad y pena, pero se limitaban a eso, a mirarla, sin preocuparles el destino incierto que pudiera esperar a aquella extraña joven. Sólo la señora Fina, propietaria de la única pensión que había en el lugar, se apiadó de la muchacha y la acogió en su casa, dándole comida y vestido a cambio de ayuda en las tareas propias del negocio. Con lo que no contaba la señora Fina es con que Luisa viniera con compañía. Tal vez fuera la propia constitución de su cuerpo o las ropas holgadas que solía vestir, el caso es que nadie se percató de su embarazo. Una mañana salió de su cuarto con el niño en brazos, torpemente envuelto en una toalla y se lo tendió a su protectora.
-Ya nació - le dijo, y con las mismas se dió la vuelta y se metió de nuevo en la alcoba.
Fina se quedó tan perpleja que por unos segundos no supo qué hacer. No podía apartar la mirada de aquel trocito de carne sonrosada y suave, medio manchada todavía por los restos del parto, que berreaba sin parar. Era un niño grande y parecia estar sano. Lo tendió en su cama y sin separar los ojos de él, le preparó un baño en un caldero. Cuando lo tuvo limpio, y puesto que la madre parecía no tener intención de ocuparse del pequeño, se dirigió a casa de su comadre Asunción a pedirle un poco de leche con que alimentarle. Su sopresa fue mayúscula cuando al regresar de nuevo a la pensión observó que la habitación de Luisa estaba vacía. La muchacha había cargado sus cuatro pertenencias en la misma maleta con la que llegó al pueblo y tomó las de Villadiego. Nadie la vio marchar. Desapareció de la misma misteriosa forma que había aparecido, sin que nunca más se supiera de ella. Así fue como la señora Fina tuvo que hacerse cargo del pequeño Andrés, al que crio como un hijo, contenta de poder dar su cariño a alguien, pues en toda su vida no había disfrutado de más compañía que la de los huéspedes que, de cuando en cuando, recalaban en la pensión.

A los cinco años Andrés empezó a ir a la escuela del pueblo. Fue entonces cuando lo empezaron a nombrar por el apodo de "El Largo". Cierto es que era bastante más alto que los demás niños de su edad, pero el apodo no le vino de ello, sino de la longitud desmesurada de su órgano sexual. Los demás niños se reían de él y una de sus burlas fue cambiarle el nombre de Andrés por el de El Largo. Ya nunca más nadie lo llamaría por su nombre verdadero. Rosita la profesora, que en cuanto empezó a dar clase al chaval se percató de su extrema torpeza, fue la primera en percatarse de las posibilidades sexuales del tonto. Se lo encontró una tarde haciendo sus necesidades menores al lado de la tapia del colegio y cuando fue a regañarle, el chavalín le mostró con descaro su entrepierna, dejando a la mujer boquiabierta. De tal manera la impresionó, que no podía quitarse de la cabeza aquella visión totalmente nueva para ella. Ya con el cuerpo ajado y todavía virgen, Rosita comenzó a tener sueños subidos de tono con su pequeño alumno, sueños que atormentaban su conciencia de gran manera, tanto que no se atrevía ni a contárselos al señor cura bajo secreto de confesión. Como sabía al muchacho bobo, un día hizo que se quedara en la escuela después del horario de clase. Le mandó bajarse los pantalones con la excusa de revisarle sus obligaciones de limpieza. Cuando disfrutó de la visión de semejante miembro viril, Rosita sintió crecer dentro de sí una excitación desconocida. No le tocó un pelo al muchacho, eso no estaría bien, se limitaba a mirarlo mientras descubría que la frotación de sus muslos, uno contra otro, acompañada de aquella visión celestial, la estaban transportando hasta unas cotas de placer insospechado, placer que crecía poco a poco hasta que una explosión de gozo supremo convulsionó su cuerpo, entre gemidos entrecortados que ni ella misma era capaz de reconocer como propios y ante la mirada atónita del tierno infante. Rosita repitió la agradable experiencia, dos o tres veces más, con idénticos resultados, hasta que en un momento de lucidez decidió que no podía seguir con aquello, y puesto que los progresos académicos de su deseado alumno eran nulos, lo echó de la escuela. Con ello lavó su conciencia, aunque nunca más pudo dejar de pensar en él y en los maravillosos momentos que se había forjado a su costa.

El Largo no entendía porqué Rosita lo había echado del colegio si cuando estaban juntos ella parecía pasárselo tan bien. En todo caso no le importó demasiado, las clases no le gustaban, no entendía nada de lo que allí se decía, a él lo que le gustaba era jugar en la calle y, según fue creciendo, deambular sin rumbo y sin preocuparse por el tiempo. La señora Fina no consiguió convencerlo de que debía aprender, entre otras cosas porque el pobre idiota ignoraba el significado de aquella palabra, así que se resignó y lo dejó a su aire. A veces no lo veía durante horas, pero no se preocupaba, el pueblo era pequeño y tranquilo y al final del día, el muchacho aparecía siempre por casa.

Tendría Andrés quince o dieciseis años, cuando un día, de casualidad , pasó por delante del viejo colegio. Rosita, ligera de ropa, agitaba sus cada vez más blandas carnes al son de los ejercicios de gimnasia que enseñaba a sus alumnos. Nada más verla, el muchacho recordó lo que ya hacía tiempo había olvidado, notando con asombro como iba creciendo un bulto en el interior de su pantalón. Se metió la mano en el bolsillo y se tocó el miembro totalmente inflamado de pasión. Era su primera erección, por lo menos consciente. Se escondió detrás del centenario roble que daba sombra al patio de la escuela, bajó la cremallera de su bragueta, liberando su aprisionado falo y,mientras contemplaba los movimientos de las tetas de Rosita, se entregó sin reservas al dulce placer el onanismo.

Dicen que los tontos tienen el instinto sexual altamente desarrollado, puede que sea verdad, o puede que no, pero sin lugar a dudas cierto es que desde aquella primera experiencia, El Largo hizo del sexo el motor de su vida. Todos los días acudía a su cita secreta con Rosita en su clase de gimnasia y si por cualquier causa no la encontraba, le bastaba con imaginarla para sentir placer. Tanto le gustaba que a partir de entonces en su rostro se dibujo una permanente sonrisa estúpida, que, sin embargo hacía mas bello su ya de por si hermoso rostro. Una tarde de aquellas en las que se entregaba con fruidez al entretenido juego de los placeres solitarios debajo del viejo roble, pasó por allí Manolita la Calentona. No voy a explicar el motivo del apodo por su ovbiedad. Apenas tenía quince años y ya mostraba un insano interés por el amor libre. Manolita sentía muy a menudo que su cuerpo le pedía a gritos la compañía de un hombre que le hiciera aplacar su calentura. En aquellos momentos, fuera la hora que fuera, estuviera donde estuviera, la chiquilla se acercaba al primer hombre que se cruzara en su camino y lo provocaba hasta que el pobre caía en sus garras, si bien, en el último momento, llegada la hora de la verdad, la muchacha reculaba y salía corriendo, dejando al pobre incauto sin encontrar alivio a su inflamada pasión. Nadie sabía si lo hacía por miedo, o tal vez por diversión, pero ya en todo el pueblo eran conocidas sus andanzas e incluso se cruzaban apuestas entre los zagales y no tan zagales a ver quién era capaz de consumar el acto con ella. Ni se imaginaban que el tonto del pueblo sería el afortunado. Cuando Manolita lo vió escondido tras el árbol, espiando a la vieja maestra con lascivia, sintió una oleada de placer tan intensa que se le mojaron las bragas en un segundo y no dudó un instante en acercarse a él.
-¿Qué haces Largo?- le preguntó
El muchacho se asustó y de pronto sintió vergüenza al ser pillado en su falta, pero en cuanto volvió la vista a la muchacha, la vergüenza del principio desapareció por completo, dando paso a la perplejidad. Manolita le enseñaba las tetas, mientras pasaba sensualmente la punta de la lengua por sus carnosos y provocativos labios.
-¿Te gustan? Puedes tocarlas, si quieres.
El muchacho alargó tímidamente su mano hacia aquellos pezones oscuros y erectos que pedían a gritos ser acariciados. Le gustó su tacto, y más le gustó el gemido ahogado que salió de la garganta de Manolita.
-¿Lo pasas bien tonto? Ven, ¿a que nunca has tocado esto?
Tomó la mano del chico y la guió hacia su sexo, caliente, mojado, palpitante. Un hilillo de baba es escurrió por la comisura de los labios del muchacho, que desesperado,bajó la cremallera del pantalón y comenzó a tocarse sus genitales.
-No, no,-le dijo ella - hoy no tendrás que hacértelo tú. Ven.
Lo cogió de la mano y se echaron sobre la hierba. Manolita, cual amante experta, desnudó al muchacho y montó sobre su sexo, cabalgando desaforadamente, acabando con una virginidad que ya empezaba a molestarla y enseñando al pobre bobo, lo que un día doña Rosita no se había atrevido a hacer.

A pesar de que Manolita se prestaba en más de una ocasión a retozar con él, El Largo no podía quitarse de la cabeza la imagen de su maestra en la clase de gimnasia, por lo que todavía frecuentaba sus visitas al viejo roble, desde donde la espiaba sin ser visto. Mas un día, cansado de ello, se le ocurrió que, puesto que Rosita se lo había pasado tan bien con él cuando era un niño, seguramente ahora se lo pasaría mucho mejor si él le enseñaba lo que había aprendido con Manolita. Ni corto ni perezoso, esperó pacientemente a que la pequeña escuela quedara vacía y se coló dentro, sorprendiendo a la maestra, que ya se disponía a marchar. Lo reconoció enseguida.
-Hola Andrés, hace mucho que no nos vemos ¿qué haces aquí?
El tonto no contestó, era hombre de pocas palabras y además, no había ido allí para hablar. Se acercó a la profesora y le tocó un pecho. Ella cerró los ojos y reprimió un gemido. Desde sus pecaminosos escarceos cuando Andrés era niño, no había vuelto a sentir, por eso aquel mínimo roce la había puesto a cien. Desvió su mirada hacia la bragueta del chico y apreció su voluminosidad. Si cuando era pequeño aquello era de su gusto, ahora....no quería imaginárselo. Rosita era católica, apostólica y romana, y tenía perfecta conciencia de que lo que iba a hacer era pecado, pero no pudo reprimirse. Se quitó la blusa y dejó que El Largo sobara sus flácidos pechos. Sus pezones respondieron a las caricias torpes del chico haciéndole sentir oleadas de placer, que comenzaban quemando su sexo y continuaban lamiendo su cuerpo como llamaradas. El tonto le quitó la falda y el refajo casi con violencia y la penetró profundamente, sin contemplaciones, con embestidas largas que hacían gritar a la vieja del puro gusto que le daban. Jamás en su vida pensó perder la virginidad a pocos meses de cumplir los sesenta y de forma tan dulcemente bestial.

Las habilidades amatorias de El Largo pronto fueron de dominio público, aunque la mayoría de la gente pensaba que no eran más que habladurías, puras invenciones de Manolita la Calentona. Ésta aseguraba una y otra vez que el tonto no sólo había acabado con su virginidad sinó también con la de Rosita la maestra. Lo primero nadie lo puso en duda, incluso algunos tuvieron el placer de comprobarlo, pero lo segundo no despertaba sinó la hilaridad de quien lo escuchaba. No tardaron en darse cuenta de que la muchacha debía de tener razón. Cierta noche se presentó en la plaza del pueblo, donde solían reunirse sus habitantes en los atardeceres tibios del verano, Elena la tuerta. Elena se encargaba de limpiar las dependencias de la estación del ferrocarril. Estaba soltera y sin visos de que su estado civil cambiara. No era muy agraciada debido al triste defecto físico que arrastraba desde niña, por eso no contaba con ningún pretendiente. Sus experiencias en las lides amorosas eran escasas, si acaso algún revolcón ocasional con algún mozo borracho en las noches de feria. El caso es que lo que contó aquella noche en la plaza convenció a los lugareños que los rumores lanzados por Manolita la calentona no eran del todo mentira. Según la tuerta, El Largo apareció aquella noche en la estación mientras ella le daba a la fregona. El último tren había pasado ya y no quedaba nadie en el andén. Elena no dió importancia alguna a la presencia del muchacho, pues el vagabundeo por el pueblo era su única ocupación. Sin embargo ya no le pareció tan normal cuando lo vio acercarse a ella con aquella mirada extraña que parecía desnudarla completamente. Elena nunca había sentido unos ojos pasear por su cuerpo de aquella manera, y sin saber muy bien por qué se excitó. Ella también había oído los rumores que circulaban en el vecindario. Tal vez había llegado el momento de comprobar personalmente la certeza de los mismos. Fue por eso que se dejó llevar cuando el tonto la empujó suavemente hacía los retretes, y fue por lo mismo que se entregó a él con una pasión que ni ella misma acertaba a identificar.
-Os juro que es diferente a los demás hombres - contaba a las otras mujeres en la plaza - no es que yo haya conocido a muchos pero.....sus manos tienen magia, saben tocarte en el punto exacto. Y después aquel rabo.... Lo sabe hacer bien el tonto, de verdad que sí.

Fue el ansia de la las mujeres y la envidia de los hombres. Andrés El Largo repartió amor a todas y cada una de las mozas del pueblo. Cuando lo veían en su deambular por las calles, dejaban la puerta entreabierta de las casas. Entonces él entraba y las hacía gozar. Un día el pueblo se le quedó pequeño y desapareció, de la misma forma que un día había desaparecido su madre. Nadie lo ha vuelto a ver. Dicen que se dedica a repartir amor y goce por ahí, por otros lugares. Al fin y al cabo es lo único que sabe hacer...y lo hace bien.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

MAS ALLA DE LA MUERTE

DORITA
Desde luego Eloy, ya puedes estar contento, menuda putada que me has hecho, putada si, has oído bien, pesar de que a mí no me guste en absoluto utilizar palabras malsonantes, pero es que hijo, yo que pensaba que la época de los malos momentos estaba ya superada, que era sólo un recuerdo. Pues parece que no, en el momento más inoportuno, cuando estábamos disfrutando de la mejor etapa de nuestra vida juntos, tú vas y te mueres, como si yo te importara una mierda. Me dejas sola, como tantas otras veces habías hecho, pero esta vez definitivamente, no me lo puedo creer, con la de penurias que he pasado a tu lado, ahora que ya estaban superadas... Fíjate, me has dejado tan confundida que en estos momentos no sé si echarme a llorar o a reír como una estúpida, depende de lo que se me venga a la mente. Y es que claro, morirte así, tan de repente, por sorpresa, cuando estábamos a punto de emprender ese viaje de ensueño, culminación de nuestros deseos, o tal vez debiera decir de mis deseos, en todo caso, la ocasión perfecta para volver a ser la pareja ideal que siempre deseé que fuéramos. Cuarenta años juntos, Eloy, cuarenta años, que se dice pronto, pero a ver qué otra mujer hubiera aguantado tanto tiempo a tu lado; ninguna, te lo digo yo, porque tienes que reconocer que nuestro matrimonio no fue precisamente un camino de rosas y que me lo hiciste pasar muy mal, pero que muy mal eh, que lo sepas, aunque siempre me mantuve calladita y no osé protestar por nada. Gracias a las enseñanzas de mi pobre madre, a sus consejos sabios, me mantuve al pié del cañón, gracias a ella, chico, de eso puedes estar seguro, si no a la primera de cambio te hubieras quedado solo, que más de una vez fue lo que te merecías. Porque dime tú, esa manía de ir al fútbol todos los domingos con los amigotes, mientras a mí me dejabas en casa sola, aburrida como una ostra, las tardes de domingo Eloy, los momentos que debíamos aprovechar para salir a dar un paseo juntos, pero que va, tú con los amigos y yo sola en casa y con la pata quebrada. Me invitabas a acompañarte, como no, siempre fuiste el rey de la diplomacia, pero es que yo odio el fútbol y tú lo sabes, siempre lo supiste, por eso tus invitaciones casi me parecían más humillantes que el hecho de dejarme en la casa sola. Y esas reuniones con tus colegas del Ateneo, tan falsamente eruditos, que os creíais que con las bobadas que hablabais allí, ibais a arreglar el mundo. Pero sobre todo, Eloy, sobre todo, lo que más me molestaba de ti, esa manía de corregirme en público, aunque fuera de buenos modos y con esa sonrisa de bobalicón que te caracterizaba, pero es que nada de lo que yo decía estaba bien, y eso me dolía Eloy, vaya que si me dolía, porque aunque no tuviera estudios como tú, tienes que reconocer que la vida también enseña, cariño, y mucho, y yo vida la que quieras corazón, de verdad, que tuve un infancia muy dura y luché mucho por salir a flote, que hasta hambre pasé cuando mi pobre padre se murió, de repente también, como tú, que parece que os gusta fastidiar dejando a las mujeres en este mundo, así, sin despedirse, sin avisar ni nada. ¿Que éramos diferentes? Pues claro que lo éramos, pero al fin y al cabo tú me elegiste como esposa, nadie te obligó a casarte conmigo y chico, qué quieres que te diga, las mujeres no venimos con derecho a devolución, por lo menos antes, ahora ya no sabría que decirte, con tanta separación y tanta relajación de costumbres, que se ha perdido la decencia y las formas, todo y a mi a decente, no hay quien me gane.
¡Ay Eloy! ¡Qué triste me siento! Y no sólo porque te has ido, sino por todo lo que no vamos a vivir juntos, por ese tiempo precioso que no hemos sabido aprovechar, o mejor dicho, que tú no has sabido aprovechar, conmigo por lo menos, aunque estoy segura que con otras sí que has disfrutado lo tuyo, que no soy tonta ¿o te crees que no sé lo del viajecito aquel a Canarias, con la excusa del congreso sobre no se qué sostenible, que ahora se habla mucho de ello, pero entonces nadie sabía lo que era? Bien sé yo que te fuiste con Melania, aquella compañera tuya del Instituto profesora de Biología, tan moderna ella, tan “progre”, tan pelandusca, diría yo. Y es que no hay quien me quite de la cabeza que entre vosotros hubo algo, segurísima estoy aunque mis ojos no lo hayan visto, pero mi sexto sentido no me engaña. Siempre hablando de ella, que si Melania por aquí, que si Melania por allá...y luego, ale, juntos a Canarias, no me digas que no es sospechoso, tanto más cuando tampoco en esa ocasión quisiste llevarme contigo, con lo mucho que me hubiera gustado a mí conocer Canarias, pero que va, según tú iba a aburrirme porque tú tenías que trabajar y no ibas a tener tiempo para nada. ¿Aburrirme yo? De eso nada, corazón, si tu ibas a trabajar yo ya me las apañaría, pero me quedé en casita sin rechistar, como siempre, que ahora me arrepiento de lo tonta que siempre fui y todo por ser una señora como Dios manda.
Y es que encima seguro que la Melania de las narices no fue la única, porque ¿qué me dices de Isabelita Montoto, aquella que me presentaste cuando la fiesta del veinticinco aniversario del Ateneo? Muy culta, escritora de poemas, que un día me leíste uno y resultó ser una verdadera birria, sin rima ni nada, pero a ti se te llenaba la boca cuando hablabas de ella. Bien me fijé que aquella noche la mirabas con ojitos de cordero degollado, en lugar de mirarme a mí, a mí, Eloy, a tu mujer,que puede que no fuera tan culta como Isabelita, ni supiera escribir poemas, líbreme Dios de intentarlo, pero era tu mujer, y bien guapa, que siempre llamé la atención a los hombres, eso tú bien lo sabes, aunque sin intención, eso por supuesto, pero no había muchacho en el pueblo que no me hubiera tirado los tejos y no me extraña, que mis ojos negros y mis largas piernas llamaban la atención a cualquiera, que no esta bien que yo lo diga pero es que era así, que los traía locos a todos, hasta que apareciste tú y me enamoré de ti como una tonta y partir de ese momento los demás hombres dejaron de existir para mí. Y oportunidades no me faltaron, que lo sepas, que a más de uno tuve que pararle los pies y a quien menos te imaginas, que si lo supieras volverías a morirte, te lo digo yo. Pero tú nada, tú a lo tuyo a mirar a otras, mas cultas, más poetas, mientras tu mujer sufría calladamente, sin decirte nada, para no preocuparte, para no armar follón. “Ya se dará cuenta”, pensaba yo, y si, por fin te diste cuenta, tarde, pero más vale tarde que nunca. Aunque ya ves, poco me duró la dicha, cinco años jubilado, sólo cinco años en los que te comportaste como un marido de verdad y me dedicaste la atención que me merecía, cinco míseros años, cariño, y vas y te mueres, justo dos días antes de emprender ese crucero por el Mediterráneo que me tenía tan ilusionada. Fíjate que a esta hora deberíamos estar en la cubierta del barco, mirando al mar, en lugar de metidos en este coche fúnebre, tú ahí detrás, en tu ataúd, con destino a tu última morada y yo aquí delante, al lado de un chófer con cara de imbécil y sin poder sacarme de la cabeza todas estas tonterías. ¡Ay Eloy! ¡Qué desconsiderado has sido! ¡Qué pena tan grande me oprime el pecho!
ELOY
Ya lo sé, Dorita, ya lo sé, ya sé que no me he comportado contigo como tú hubieras deseado, o según tú piensas, como te hubieras merecido, pero tampoco fue para tanto. Que sepas que todas esas cosas que se te están pasando por la cabeza, no son más que bobadas, no son ciertas y eso me hace sentir peor, porque me doy cuenta de lo engañada que has vivido y de lo poco que confiabas en mí. Mira tú, una de las cosas buenas que tiene el morirse es el conocimiento que estoy teniendo sobre lo que piensan y sienten los demás, en este caso tú, mi vida, que aunque te cueste creerlo, siempre has sido lo que más me ha importado en la vida. La pena es que tú no podrás saber lo que pienso yo, así que me tengo que conformar con ser mudo testigo de todas esas tonterías que pueblan tu mente, sin poder rebatirlas,sin poder demostrarte que tú has sido lo mejor que me ha pasado en la vida. Yo jamás te fui infiel, mi querida Dorita, ni con Melania, ni con Isabelita Montoto ni con nadie. Pero si yo sólo tenía ojos para ti. Cierto es que pasaba muchas horas en el Instituto, con ellas, y con otras, con mis compañeras, era mi trabajo, no me quedaba más remedio ¿qué querías que hiciera? ¿que no fuera a trabajar para no tener roce con ellas? Bien que te gustaba que llevara dinerito a casa, para poder darte todos los caprichos y no tener que pasar privaciones, como muchas de tus conocidas, que eran tiempos difíciles Dorita, muy difíciles, que un sueldo como el mío pocos hombres lo podían llevar a casa y si para ello tenía que trabajar muchas horas pues no me quedaba más remedio que hacerlo. ¿Y que estaba con mujeres? Pues si, y con hombres, porque la mayoría de mis compañeros eran hombres, bien lo sabes y con ellas jamás pensé en tener nada de nada, puedes estar segura. ¿Que no estabas a su altura culturalmente hablando? Pues es verdad, tú misma tienes que reconocerlo, de hecho alguna vez que te llevé conmigo al Ateneo saliste enfadada y aburrida, diciendo que no habías entendido nada de lo que allí se contaba y que no deseabas volver. Yo lo único que hice fue respetar tu decisión, tu voluntad y trabajar, Dorita, siempre trabajar, para que no te faltara de nada. Y si alguna vez te corregía, era por tu bien cariño, y bien sabes que siempre lo hice con delicadeza, jamás te puse en ridículo delante de nadie, es más, me atrevo a decirte que eso ya lo hacías tu solita, cuando soltabas un “haiga” en vez de un “haya” por ejemplo y otras lindezas por el estilo.
En el fondo siempre supe que tú creías que yo te era infiel, fundamentalmente por esa manía que tenías de revisar los bolsillos de toda mi ropa, con la excusa de que no se metieran objetos extraños en la lavadora, esa manía de olerlo todo, como si buscaras un perfume femenino que no fuera el tuyo....pero Dorita, si yo hacía honor a tu lindo nombre y te adoraba, porque ¿a guapa? A guapa no te ganaba nadie, en eso te doy la razón. Todavía recuerdo cuando te vi por primera vez, en el Baile de la Flor que organizaban en tu pueblo para celebrar la llegada de la primavera. Me fijé en ti nada más entrar en el recinto, tan alta, tan guapa, tan elegante, tan... señora, porque siempre fuiste una señora con todas las de la ley, y haciendo gala de ello te resististe a mi conquista, para mi desilusión, pero yo insistí, no cejé en mi empeño de conquistarte y un día, por fin, accediste a salir conmigo y con orgullo te paseé cogida de mi brazo, sabiendo que era la envidia de todos los hombres que nos veían pasar. Ya sé, Dorira, ya sé que muchos de ellos te tiraron los tejos con descaro, incluso estando ya casada conmigo, pero yo, que siempre fui muy discreto, observaba y callaba, no merecía la pena armarla por tan poca cosa, pues si bien fui testigo de sus intentos de cortejo, de igual manera lo fui de tus sutiles rechazos. ¿Te crees acaso que no sabía que Ramón Sotelo, el director del Instituto, estaba loco por ti? Si hasta un día, sin querer, lo escuché invitarte a una cena, aprovechando que yo iba a estar de viaje, pero tú te lo sacaste de encima como pudiste, amablemente, eso si, pero le dejaste bien claro que eras una mujer casada y decente, que me querías, lo mismo que yo a ti. Te ruego pues, que no me vengas ahora con reproches, lo único que me puedes reprochar es que me haya muerto de esta manera pero ¿qué quieres? No pude hacer nada por evitarlo. Me dio ese dolor fortísimo en el pecho y allí me quedé, tirado en el sofá, como un pajarito, solo, cariño, muy solo, que de veras que no hay cosa más triste que irse de este mundo solo, sin la compañía de tus seres queridos, de ti, mi Dorita, que siempre había imaginado mi muerte, contigo a la cabecera de mi cama, tomándome tiernamente de la mano, reconfortándome en ese duro momento, pero que va, no se me ocurre otra cosa que morirme cuando estabas en la peluquería y encima te chafo el crucero...¡qué mala suerte! Tienes razón, pero bueno, lo que sí me gustaría decirte es que aquí no se está nada mal y que morir no es malo, ni duele, ni nada de esas bobadas que piensa la gente, simplemente pasas de un lado a otro, porque también en eso estabas tú en lo cierto: hay otra vida, es extraña, pero vida debe de ser desde el momento en que puedo pensar todo esto que estoy pensando, aunque no me vea, porque soy incorpóreo, y no vea tampoco dónde estoy, pues la sensación que tengo es la de flotar en el aire. Ya ves, yo que siempre fui ateo convencido y defendí la idea de que con la muerte nos enterraban y punto, pues no, me equivoqué, es cierto que hay otra vida, aunque a Dios todavía no le he visto por ningún lado, pero seguro que aparecerá de un momento a otro. ¡Ay Dorita! ¡Qué pena de da haberte dejado tan sola! ¿Podrás perdonarme algún día?
Y Dios, que observaba aquel absurdo diálogo entre apenado y divertido, decidió que no podía separar a tan singular pareja y que tenía que hacer algo para remediar el desaguisado, tanto más cuando Eloy se había muerto unos años antes de lo previsto por culpa de los donuts con que Dorita le obsequiaba al desayuno, que habían elevado sus índices de colesterol hasta límites insospechados, provocándole el infarto fulminante que le llevó a la tumba. Y puesto que la mujer había sido la causante silenciosa e inocente de la muerte del marido, Dios decidió que era de ley hacer que el marido fuera justo causante de la muerte de la esposa. Un oportuno obstáculo en el camino del coche fúnebre, un perrito cruzando la calle, hizo que el chófer tuviese que dar un brusco frenazo que provocó que el ataúd se desprendiera de su sujeción y se deslizara hacia delante, directamente hacia el cogote de Dorita, causándole una rotura de nuca y por ende, la muerte en el acto. La mujer pasó a la otra vida bruscamente, sin darse casi ni cuenta y fue feliz al encontrarse con su Eloy, incorpóreos ambos, pero seguros de estar juntos, incluso después de la muerte y olvidando viejos rencores y resentimientos absurdos se dedicaron a planear su tan deseado y nunca realizado viaje, pero esta vez, por las nubes.

viernes, 28 de noviembre de 2008

EL SUEÑO

Jesús llegó a casa cansado y de mal humor, como casi todos los días últimamente. Posó las llaves en la bandeja del recibidor y fue directo al sofá del salón, donde se dejó caer con desgana. Desde el baño le llegaban las voces de Lola, su mujer, y de la pequeña Sara, la hija de ambos. De la cocina surgía el agradable y apetitoso aroma que emanaba de una cacerola hirviente. Cerró los ojos. Esa tarde, al salir del colegio, se había encontrado de nuevo con su amigo Ramón. Realmente no sabía si aquellos últimos encuentros eran puramente casuales o era su amigo el que los forzaba. Se habían visto otra vez hacía cosa de dos meses, después de estar muchos años sin saber nada el uno de el otro, y sentados a la mesa de un viejo bar de barrio, frente a unas cañas de cervezas, se habían contado sus vidas. Ramón nunca había sido buen estudiante, de hecho no llegó a terminar el bachillerato y lo último que Jesús había sabido de él, era que trabajaba con su padre en la construcción. Al terminar en el Instituto, Jesús marchó del pueblo, a proseguir sus estudios en la ciudad y le perdió la pista. Pero por lo visto las cosas le habían ido más que bien.
-Tuve un golpe de suerte y me tocaron unos cuantos millones en la quiniela. Con ese dinero monté mi primer negocio. Un concesionario de venta de coches de segunda mano. Los traía de fuera, Alemania, Suiza, ya sabes, coches buenos y potentes, y los vendía aquí casi por el doble de lo que me habían costado. Luego monté una empresa inmobiliaria y ahí me hice de oro. Sigo con ambos negocios, claro que mucho más ampliados que al principio. La verdad es que no me han ido las cosas mal. ¿Y tú? ¿cómo te ha ido a ti la vida?
Jesús se revolvió incómodo en su silla antes de contestar. Hasta aquel mismo momento siempre había estado contento con su vida, jamás se había cuestionado ni un pedacito de felicidad. Ahora, escuchando las andanzas de su amigo, se estaba dando cuenta de que en realidad él no había conseguido ni la mitad.
-Bueno, a mí tampoco me ha ido mal. Terminé mi carrera de magisterio, aprobé las oposiciones y soy maestro. Me casé....
-¿Que te has casado? ¿que te has casado tú, con lo juerguista que eras? No me lo puedo creer- repuso Ramón soltando una risotada chulesca e impertinente- ¿Y quién es la afortunada? ¿la conozco?
-Claro. Es Lola, ¿te acuerdas? Aquella muchachita tímida que siempre se sentaba en las mesas de delante, en clase.
-¿Lola?, pues....la verdad es que no caigo.
-Si, hombre, una chica con el pelo marrón claro y los ojos oscuros, de gafas....
-¡Ah, si, Lola! Claro, ya me acuerdo. Era muy poquita cosa, y se le notaba a las leguas que estaba loca por ti.
A Jesús no le hizo ni pizca de gracia el comentario de su amigo, pero lo pasó por alto, no era cuestión de discutir por naderías. Además, era posible que Lola físicamente no fuera gran cosa, pero para él era la mejor compañera del mundo, la mejor amante y la mejor amiga, a la que amaba con verdadera pasión.
-No sé si estaba loca por mí, pero nos hicimos novios en la Universidad y somos felices. Llevamos casados siete años, tenemos una niña de tres y otro viene en camino.
-Uf, demasiadas responsabilidades te has echado tú encima. Yo ni me he casado ni lo haré jamás, y mucho menos tener hijos. Me gusta demasiado mi libertad. Me muevo de un lado a otro sin tener que dar cuentas a nadie. Cuando quiero mujeres, las tengo. El dinero lo puede todo y, aunque tal vez no esté bien decirlo, a mi pasta no me falta.
-Pues yo no estoy de acuerdo con eso, el dinero no lo es todo ni mucho menos.
-Eso dicen, pero están equivocados. Por mi experiencia se que todo, absolutamente todo, tiene un precio.
-No lo creo, Lola y yo no nadamos en la abundancia, pero somos muy felices.
-¿Felices?, estoy seguro de que habéis tenido que renunciar a muchos de vuestros sueños, el sueldo de un maestro no da para mucho.
-Pues no pero...
-Mira Jesús, yo estoy ahora aquí para ampliar mis negocios inmobiliarios. Estoy buscando un socio que me permita abrir en esta ciudad nuevas oficinas. Este socio debería hacer una pequeña aportación de capital, pero las ganancias posteriores compensarían con creces ese desembolso inicial. ¿Por qué no te animas?
-Que va, yo tengo mi trabajo, y no lo voy a dejar.
- Eres funcionario, puedes pedir una excedencia, si las cosas van mal, que no van a ir, siempre te queda la posibilidad de regresar a tu puesto. Piénsatelo Jesús. Nada me gustaría más que tenerte conmigo en mis negocios. Voy a estar una temporada larga en la ciudad. Si cambias de opinión no tienes más que llamarme.
Durante los días siguientes Jesús no paró de darle vueltas a la propuesta de su amigo. Era cierto, como él le había dicho, que muchos sueños se habían quedado por el camino. Lola y él, siempre habían soñado con tener una casa con jardín, para que sus hijos se criaran al aire libre, para tener un perro que les acompañara a la vez que disfrutara de libertad. Habían hecho planes de viajar, de conocer mundo, otras gentes, otras culturas. Pero finalmente habían optado por otras cosas, por otras satisfacciones. Lola, que también era maestra, había pedido una excedencia para cuidar de sus hijos. Era una decisión tomada por ambos de común acuerdo. Vivían con el sueldo de él. No les daba para mucho, pero tampoco estaban en la miseria ni mucho menos. Claro que si aceptaba la propuesta de su amigo, esos proyectos incumplidos tal vez pudieran llevarse a cabo. Quizás no fuera tan mala idea.
La loca carrera de su hija entrando en el salón lo sacó de su ensimismamiento. La niña, recién duchada, se echó en brazos de su padre dispuesta a despedirse de él antes de irse a la cama.
-Hola ratoncita, ¿ya te vas a la cama?
-Si papi, ¿pero me leerás un cuento?
-Claro que si, preciosa, pero cortito eh, que tienes que dormir.
-Vale, vale- gritaba entusiasmada la pequeña dando saltitos.
Jesús la tomó en sus brazos y la besó. Ella rodeó su cuello con sus pequeños bracitos.
-Te quiero mucho papá.
-Y yo a ti, tesoro.
Lola, entretanto, ponía la mesa para la cena. Los miró entrar en la habitación y por un segundo sonrió. Luego su expresión de tornó preocupada. Su marido no era el mismo desde hacía unas semanas, desde el maldito día que se había encontrado con aquel amigo suyo que le había echo una descabellada propuesta de trabajo. Ella, por supuesto, opinaba que no debía aceptar. Pero sabía que él seguía dándole vueltas a la estúpida idea. Llevó a la mesa la olla con las apetitosas albóndigas que había cocinado y una fuente con ensalada de lechuga y se sentó esperando por su marido. Al rato llegó él y también se sentó, sin decir nada, cabizbajo. Lola sabía que iban a volver a discutir por el tema de siempre.
-¿Qué tal en el colegio esta tarde? ¿Habéis terminado con las evaluaciones?- preguntó mientras servía la cena.
-Si, por fin hemos terminado.
-Habéis estado hasta muy tarde ¿no?
-Es que cuando salí, Ramón me estaba esperando. Fuimos a tomar un café y a hablar.
Lola se puso tensa.
-¿De qué?
-De negocios.
La mujer no dijo nada. Entre los dos se instaló un silencio cargado de malestar contenido. Ella daba vueltas a la comida sin probar bocado
-¿Por qué no comes? -le preguntó su marido.
-Porque me imagino de qué habéis estado hablando Ramón y tú.
-¿Otra vez a vueltas con lo mismo?
-Eso digo yo. Ya te dije que esa propuesta era absurda del todo. Tú tienes tu propio trabajo, un trabajo que te gusta. No necesitas otro. Además, no tenemos dinero para hacer una inversión en negocios que pueden salir como el rosario de la aurora.
-Pero podemos pedir un crédito.
-¿Un crédito? ¿no te llega con los seiscientos euros que tenemos que pagar de hipoteca todos los meses?
-Tendríamos más dinero para pagarlo. Además podríamos comprarnos la casa que siempre habíamos soñado y viajar y....
- Jesús, por favor, para de decir tonterías. Te estoy escuchando y te juro que no te conozco. Yo no necesito una casa, me encanta este piso ¿o ya te olvidaste de la ilusión con la que lo compramos y lo decoramos a nuestro gusto? Y tampoco necesito viajar, ni tener mucho dinero, ni todas esas estupideces que estás diciendo. Yo soy feliz contigo, con nuestra hija y con este otro que viene en camino, no quiero nada más.
-Joder Lola, si hay meses que casi no llegamos a fin de mes. Cuando tenemos algo ahorrado, se nos va en pagar el seguro del coche o se estropea la lavadora o cualquier otra tontería.
-Tonterías son las que estás diciendo tú. Hasta hace poco nada de eso te importaba demasiado. Si quieres más dinero yo puedo volver a trabajar. Metemos a los niños en una guardería y punto. Pero te recuerdo que ambos decidimos que por lo menos uno de los dos debía estar con ellos mientras fueran pequeños, y en ese momento ya sabíamos que no nadaríamos en la abundancia, por lo menos durante unos años. Y lo aceptamos, por eso no entiendo porqué vienes ahora con esas monsergas.
-Tal vez porque me da coraje que Ramón haya llegado tan alto y yo me haya quedado a mitad del camino.
-¿Eso es lo que crees? ¿Sara y yo somos tan poca cosa para ti que solo significamos la mitad del camino? Está bien saberlo. ¿Sabes lo que te digo? que hagas lo que te dé la gana, pero conmigo no cuentes para realizar tus estúpidos negocios. Estoy harta de discutir todos los días por lo mismo
Se levantó de la mesa y se marchó a la cama. Jesús pensó que su mujer había agarrado una rabieta sin sentido, pero estaba seguro que cuando los resultados de sus negocios con Ramón fueran visibles, ella cambiaría de opinión e incluso le daría las gracias. Recogió los platos y después de ver un rato la televisión se acostó. Su mujer respiraba lenta y acompasadamente, señal inequívoca de que estaba dormida. El también tenía que dormir. Al día siguiente, debía de estar en el banco a primera hora para negociar lo del crédito. Al poco tiempo se sumió en un profundo e inquieto sueño, un sueño, que sin él saberlo, le mostraría el camino adecuado.

De repente se vio envuelto en una espiral que parecía no tener fin, bajando cada vez más, como si se adentrara sin remedio en las entrañas de la tierra. Giraba cada vez más rápido, de tal forma que su mente perdía por momentos todo contacto con la realidad, hasta que terminó cayendo bruscamente en un suelo blando y ligeramente caliente. Se frotó los ojos y miró a su alrededor. Estaba en medio de la nada. Salvo una tenue luz que iluminaba el mínimo espacio donde él había ido a dar, lo rodeaba la negrura más absoluta. Intentó levantarse, pero no pudo, pues cada vez que hacía un esfuerzo para ponerse en pie aquel maldito suelo empezaba a moverse y se lo impedía. Comenzó a ponerse nervioso. No entendía nada, ni que hacía en aquel maldito sitio, ni cómo había ido a parar a él. De pronto escuchó atónito una voz que lo saludaba.
-Buenas noches, Jesús, ¿qué tal el viaje?
Jesús miró a su alrededor, pero no vio a nadie. Asustado contestó.
-¿Quién eres? ¿dónde estás? ¿por qué sabes mi nombre? ¿y de qué viaje me hablas?
-Muchas preguntas me haces a la vez. Tranquilízate y vamos por partes. Te contestaré tus preguntas, pero con calma, sin prisas, tenemos toda la noche por delante y muchas cosas por mostrarte. Me preguntas quién soy y esa tal vez sea la respuesta más difícil de responder, no porque yo no conozca mi identidad, evidentemente, sino porque a ti te va a ser difícil comprender la respuesta. Yo no soy, ni más, ni menos, que dios. Pero no te inquietes, no tengo nada qué ver con ese dios que a ti te han enseñado. No soy ese dios omnipotente y castigador, capaz de premiar o de arrasar la humanidad, yo no soy así, y eso es fácilmente demostrable. Yo simplemente soy la energía moderadora del universo.
-No te entiendo.
- Bueno, con eso ya contaba. Verás, el universo, el mundo real, tal como vosotros lo entendéis, no fue creado por un dios, fue creado por un cúmulo de energías que se fueron cruzando, mezclando, hasta hacer surgir la vida tal y como hoy es y como fue a lo largo de los siglos. Esas fuerzas ya no están aquí, se han ido a crear otros mundos, otros universos, otras vidas, en definitiva, y yo me he quedado aquí, digamos.... vigilando, porque es poco más de lo que puedo hacer. Cuando creamos este mundo conocido por ti jamás pensamos que llegara hasta el punto de autodestrucción en que hoy se encuentra, y al que se ha ido encaminando poco a poco, pero irremediablemente, a lo largo de su existencia. A mí, como ente, hasta cierto punto, encargado de vuestro cuidado, me corresponde la tarea, a veces de todo punto imposible, de evitar vuestra autoaniquilación. No tengo poder para pararla del todo, sólo para, de vez en cuando, mostraros el camino adecuado. Eso es lo que intento hacer contigo, aunque confieso que me lo estás poniendo difícil.
-Sigo sin entender nada, ¿por qué me tienes que mostrar a mí ningún camino? ¿tan importante soy yo para evitar la destrucción del mundo?
Una sonora risotada llenó el espacio donde Jesús permanecía medio tirado en el suelo. Intentó de nuevo, encontrar la fuente de donde provenía la misma, sin conseguirlo.
-No te equivoques -prosiguió la voz del tal dios - lo tuyo no tiene nada que ver con el resto del mundo, tiene que ver sólo contigo. Yo no sólo soy el encargado de velar por el mundo en su conjunto, sino por cada unos de los seres que lo componen y tú eres unos de ellos.
-Pero ¿qué he hecho yo mal para que tengas que corregirme?
-Hasta este momento, casi nada. Pero últimamente piensas demasiado en el dinero, en unos negocios que te han propuesto y que a tu mujer no le gustan. Y discutes mucho con ella por ese motivo.
-Si, tienes razón, pero sólo son riñas sin importancia. Ella terminará convenciéndose de que tengo razón.
-No estoy autorizado para decirte lo que va a pasar con tu vida, entre otras cosas, porque ni yo mismo lo se. Ese destino escrito del que hablan muchos en tu mundo, no existe. Vuestro destino os lo labráis vosotros mismos. Es por eso que no puedo decirte si tu mujer aceptará o no tus propuestas, aunque, como conozco sus pensamientos, tengo una vaga idea.
-Todo lo que me estás diciendo me confunde, no sé a dónde quieres llegar. Por cierto, no me has respondido a mi última pregunta, ¿qué viaje he hecho? ¿donde estoy?
-Realmente no creo que importe eso demasiado pero ya que insistes, te lo voy a decir. Estás, dentro de tu propia mente. Has hecho un viaje al interior de ti mismo.
-Entonces, tú eres mi conciencia.
-Ya te he dicho quien soy, no empieces de nuevo. Y también te he dicho que estoy aquí para ayudarte.
-¿Ayudarme a qué? Yo no necesito tu ayuda, además nunca he creído en Dios.
-Ni una cosa, ni la otra son demasiado ciertas, pero da igual. Ahora quiero mostrarte algo.
El espacio delante del hombre se iluminó tenuemente y apareció, suspendida en la nada, la imagen de Lola, su mujer. Estaba levantándose de la mesa y dirigiéndose al dormitorio, tal y como había hecho aquella noche.
-Es Lola - dijo Jesús, sorprendido.
-Efectivamente, ella es -corroboró la voz - una ser verdaderamente adorable. Tiene sus fallos, como todo el mundo, pero es uno de los poco habitantes de la tierra con el alma limpia. Tienes mucha suerte de que esté a tu lado.
-¿Y qué me quieres mostrar de ella?
-Esta noche, durante la cena, habéis vuelto a discutir.
-Ya te he dicho que no tiene importancia.
-Eso es lo que piensas tú. Yo me voy a limitar a mostrarte los pensamientos de tú mujer cuando se fue a la cama. Escucha.
La voz de su mujer se dejó oír firme y fuerte, mientras el la veía ponerse el pijama y acostarse.
"Estoy empezando a estar realmente harta de toda esta historia. No entiendo la actitud de Jesús, este interés absurdo y repentino por tener mucho dinero, de verdad que no lo entiendo. Con lo felices que éramos. Siempre habíamos pensado que era mucho mejor tener poco y ser mucho, ser personas íntegras, honestas, estar con nuestros hijos, disfrutar de su infancia, educarlos en el amor hacía los demás, en el respeto y la libertad, alejándolos del consumismo exagerado, del que también renegamos nosotros mismo. Éramos tan felices....... y ahora esto. Ahora precisamente que nuestro pequeño viene en camino, ahora que se iba a materializar nuestro gran sueño de completar la familia, ahora se le da por pensar en esos estúpidos negocios. No se qué poder de persuasión ha tenido su amigo Ramón para hacerle cambiar de opinión en tan poco tiempo. Además, ese tipo no me gustaba en absoluto cuando estábamos en el Instituto y seguro que no habrá cambiado mucho. La gente de su calaña siempre es igual de mezquina. Todavía recuerdo aquella tarde que se coló en los baños cuando estaba yo sola, me acorraló contra la pared y comenzó a sobarme los pechos, diciéndome que quería probar él también lo que volvía loco a su amigo Jesús. Si no llega a entrar en aquel momento una chica, no sé que hubiera sido de mí. Es un sinvergüenza. Jamás había pensado esto, pero si Jesús insiste en llevar a cabo esos negocios con él, voy a tener que marcharme. Me llevaré a Clara una temporada a casa de mis padres. Estando yo lejos de él y él lejos de mi, tal vez ambos podamos reflexionar sobre lo que está pasando"
La voz de Lola cesó y la imagen desapareció, dejando a Jesús confuso y asombrado.
-¿Se va a ir de casa? no me lo puedo creer. Pero si....no es para tanto.
-Eso es lo que tú piensas - repuso dios- pero ya ves que ella no lo cree así.
-No puede irse, no puede dejarme, yo no entendería mi vida sin ella, y sin mis hijos. Además....Ramón, quiso.....abusar de ella ¿porqué nunca me lo dijo?
-El por qué no te lo dijo, no importa ahora Jesús. Lo que realmente importa es que tus ojos se abran a la realidad que estás queriendo vivir. Pon atención a las imágenes que ahora voy a mostrarte.
Frente a sus ojos pareció ahora Ramón, en conversación con un grupo de hombres. No se escuchaba lo que parecían estar hablando.
-Tu amigo Ramón. ¿Sabes quiénes son los que están con él?
-Jamás los había visto.
-Pues yo te lo voy a decir. Son unos narcotraficantes, no te voy a decir sus nombres, sólo te voy a informar de que Ramón forma parte de ellos.
-¿Me estás diciendo que Ramón trafica con droga?
-Has entendido bien. No te engañó cuando te dijo que poseía una gran fortuna, pero sí lo hizo cuando te habló de sus negocios. Lo que a ti te mostró es sólo la tapadera de algo sucio. Ramón se dedica a traer droga de Colombia y distribuirla en tu país.
Mientras la voz se dejaba oír, las imágenes que Jesús veía de su amigo no podían ser más relevantes. El mismo, en algunas de ellas, se encargaba de cargar los fardos de droga en un coche.
-No me lo puedo creer -dijo Jesús asombrado - ¿Y ese hijo de puta pretendía meterme en sus negocios sucios?
-A esa pregunta no te puedo contestar. No se si pretendía meterte en los sucios o en los limpios. Aunque de estos últimos no tiene muchos.
Las imágenes desaparecieron y el espacio quedó en silencio. Jesús meditó durante unos segundos, luego habló a la voz.
-¿Por qué haces esto conmigo?
-Lo hago porque, así como te he dicho que tu mujer es un alma limpia, tú hasta ahora también lo has sido. Porque entre ambos, aunque no os dierais cuenta, estabais colaborando en la construcción de un mundo mejor, mucho más justo. Y tú, has estado a punto de torcerte. Esto es todo cuando tenía que decirte. Espero que te sirva de algo, pero quiero que entiendas que la última decisión es tuya. Yo he sido objetivo. Simplemente te he abierto los ojos a una realidad que desconocías. Ahora en tus manos está tomar la decisión correcta. Por cierto, cuando despiertes, no recordarás nada de lo acontecido.
Dicho esto Jesús fue de nuevo absorbido por una extraña fuerza que tiraba de él hacia arriba, dando vueltas y más vueltas, hasta que despertó sobresaltado en la penumbra de su dormitorio.
El despertador escupió su estridente ruido a las siete y media de la mañana. Jesús se levantó perezosamente y miró por la ventana. El cielo se empezaba a teñir de rojo, y las estrellas que lo poblaban hacían presagiar un frío y soleado día. Miró a Lola. Parecía dormir apaciblemente, a juzgar por el tranquilo y rítmico vaivén de su pecho. Jesús se duchó con calma y después se preparó un frugal desayuno a base de algo de fruta y un café con leche. Había quedado con Ramón a las ocho y media en el Banco Internacional así que salió de su piso y tomó el ascensor que lo llevó hasta el garaje. Montó en su coche y lo encendió, pero antes de emprender la marcha una extraña sensación recorrió su cuerpo. Se sentía como, cuando era un niño, estaba a punto de hacer algo que sabía a ciencia cierta que no estaba bien. De pronto pensó en Lola, en Clara, en el bebé dentro de pocos meses formaría parte de su familia y se dio cuenta de que ellos eran el mayor tesoro que iba a poseer en toda su vida, de que el dinero que le ofrecía ganar su amigo no tenía más valor que el del vil metal. No iba a dejarse cegar por los lujos que él le había ofrecido, no merecía la pena. Su mujer tenía razón, eran felices tal y como estaban, no necesitaban más. Apago el coche y regresó de nuevo a su hogar. Entró en el dormitorio y se sorprendió al encontrar a su mujer con los ojos abiertos como platos.
-¿Te has despertado? Hace un momento, cuando me fui, dormías como un tronco.
-Ya estaba despierta. Esta noche no he dormido muy bien, y tú también has tenido un sueño agitado.
-¿Yo? Pues no me he dado cuenta, he dormido como los ángeles.
Lola pasó por alto el comentario. Estaba preocupada.
-¿Por qué has vuelto a casa? ¿no tenías que estar hoy más temprano en el colegio?
-Me ha llamado a última hora el director y han suspendido la reunión -mintió - además, quería decirte algo. Siento mucho mi actitud de las últimas semanas, cariño, creo que tienes toda la razón del mundo. Ambos elegimos esta forma de vida y somos felices así. No voy a aceptar la proposición de Ramón.
La mujer suspiró y sonrió.
-No sabes cuanto me alegro de escucharte decir eso. No se lo que te ha hecho cambiar de opinión pero sea lo sea, le doy las gracias.
-Yo tampoco lo se. Tal vez haya sido Dios- se acercó a su mujer y la besó con ternura, sin entender muy bien qué le había impulsado a meter a Dios en todo aquello.

sábado, 25 de octubre de 2008

LA APUESTA

Conocí a Manuel en su primer curso de Universidad, allá por los años 80 y a pesar de ser absolutamente distintos y proceder de mundos totalmente diferentes, enseguida nos hicimos buenos amigos. Manuel era un muchacho tímido y apocado, que se dedicaba en cuerpo y alma a lo que tenía que dedicarse: estudiar, mientras que yo era un bala perdida que gustaba de ir de juerga en juerga y para el que los libros eran unos objetos ideales para decorar estanterías. Estudiaba, o mejor dicho, estaba matriculado porque mis padres me obligaban y porque el ambiente estudiantil de Santiago me gustaba más que cualquier otra cosa. No me perdía ni un jueves de fiesta y donde se organizaba un sarao, allí estaba yo. Mis padres vivían muy bien, tenían un negocio próspero, una bodega, donde se fabricaba el mejor Albariño de Galicia, en Cambados, así que a mí no me faltaba el dinero y por ende, me sobraba tiempo para terminar una carrera que se me hacía tediosa y por la que no tenía mucho interés (empresariales) pero que mi padre consideraba conveniente para, en el futuro, hacerme cargo de su emporio. Accedí a estudiarla porque mi espíritu rebelde me decía que podía ser esa o cualquier otra, total, ninguna me resultaba atractiva.
Por el contrario Manuel había nacido en el seno de una familia humilde y trabajadora, procedente de un pueblo de Orense, cuya mayor ilusión era tener un hijo universitario. Lo habían conseguido a base de mucho esfuerzo y más tesón, y el muchacho no quería defraudar ni a su familia, ni a si mismo. Estudiaba lo que le gustaba, lo que libremente había elegido, y lo hacía con verdadera pasión.
Cuando nos conocimos él acababa de empezar el primer curso, yo estaba en tercero, bueno, en realidad todavía me quedaban algunas asignaturas de segundo y una de primero. Esta última se me había a atragantado de mala manera y a pesar de mi escaso interés, decidí ir a clase y sacarla aquel año, más por vergüenza que por otra cosa. Fue así que cuatro días a la semana durante una hora, Manuel y yo compartíamos aula y clase. Por casualidad, el primer día nos sentamos juntos y debimos de caernos bien porque repetimos al siguiente, y al otro y todos los demás. Así poco a poco fuimos forjando una amistad no por singular menos fuerte. Ambos descubrimos que lo que le faltaba a uno lo tenía el otro y que unidos podíamos conseguir grandes logros. Yo animé el espíritu triste y apocado de Manuel, él, por su parte, consiguió insuflarme un poco de responsabilidad, que buena falta me hacía. El tándem que surgió entre ambos fue tan bueno que al año siguiente estábamos compartiendo piso. Contagiado un poco de la responsabilidad de mi amigo, fui a probando las asignaturas atrasadas, de tal forma que el tercer curso lo comenzamos a la par. Ese año fue cuando conocimos a Gloria. Nos la presentaron a ambos en una fiesta de aquellas que solían celebrarse a principio de curso, cuando los amigos de turno estrenaban piso. Gloria era como un pastelito de merengue, dulce y suave. No era excesivamente guapa, pero en su rostro resaltaban unos enormes ojos negros de pestañas larguísimas, unos ojos profundos y llenos de inocencia. Tímida y reservada, aquella primera noche apenas cruzamos unas palabras con ella, aunque yo me di perfecta cuenta de que Manuel no dejaba de mirarla, no se perdía ni un detalle de sus movimientos, de sus gestos. De vuelta a casa no paró de hablar de ella, que si Gloria por aquí, que si Gloria por allá. Le pregunté si le gustaba y me lo negó, pero yo ya lo conocía lo suficiente como para saber que me estaba mintiendo. Nunca le había conocido novia alguna, jamás traía chicas a casa, es más, estaba completamente seguro de que nunca había tenido relaciones íntimas con ninguna. Por eso la manera de hablar de Gloria, no sólo aquella noche, también durante los días siguientes, no hizo más que acrecentar mi sospecha. Hasta que finalmente me confesó que no sólo le gustaba, sino que estaba enamorado de ella. No pude menos que soltar una carcajada.
-Pero si sólo la has visto aquella noche y apenas has cruzado dos palabras con ella. No te confundas chaval, eso no es amor, eso es “encoñamiento”.
-Que va, te equivocas. La veo todos los días. Cuando salgo a correr por las tardes paso por la Facultad de Filología, me siento en uno de los bancos de piedra de la entrada y allí espero pacientemente hasta que la veo salir. Pasa por mi lado y me saluda con una sonrisa.
Me parecía estar escuchando a un chico de quince años, a un adolescente saboreando por vez primera las mieles del amor. Manuel no tenía quince años, pero sí conocía el amor por vez primera. Me alegró verlo tan ilusionado, y le animé para que diera un paso más e intentara conquistarla. No sé cómo lo hizo, nunca me lo contó y yo no me atreví a preguntar, pero el caso es que en menos de un mes se habían hecho novios y Gloria comenzó a venir por casa con bastante frecuencia. Yo, por una lado, me alegraba de ver a mi amigo tan feliz, mas por otro, sentía una mezcla de envidia y pena, envidia porque se les veía muy felices y comencé a pensar que tener una pareja estable no debía ser tan malo como yo creía, y pena porque, evidentemente, la relación de perfecta camaradería que se había consolidado entre mi amigo y yo, se vería resentida. Tenía novia y muchos de los momentos que antes compartíamos juntos ahora los compartiría con otra persona, mucho más agradable a sus ojos y a su corazón, que yo. No obstante en esto último me equivoqué. Es justo reconocer que no me hicieron de lado en absoluto y que me incluyeron en todos sus planes y correrías, aunque a veces yo mismo era el que prefería dejarlos solos para que disfrutaran de sus momentos de intimidad.
No se bien cuando Gloria pasó a ocupar parte de mis pensamientos. Conforme la iba conociendo me parecía cada vez más atractiva. No era la típica mujer rompedora, ni mucho menos, todo lo contrario y precisamente debió de ser ese antagonismo que representaba frente a todas las mujeres con las que yo había tenido alguna relación esporádica, lo que me llamó la atención de ella. Su timidez casi infantil, su forma de hablar pausada , su voz suave, su risa, su manera de moverse, y sobre todo, esa inocencia que irradiaba, esa ignorancia del deseo que despertaba en mí, hicieron que poco a poco la novia de mi amigo se convirtiera en la mujer que me hubiera gustado tener al lado. Por supuesto sabía que era imposible, ni ella sentía nada por mí, ni yo jamás traicionaría a mi amigo, así que no me quedó más remedio que conformarme con verla cada día y hacerla musa de un sueño que nunca llegaría a cumplirse.
Los años fueron pasando muchos más rápido de lo que hubiéramos deseado y cuando nos dimos cuenta habíamos terminado los estudios y nos tocaba enfrentarnos al mundo laboral. Yo lo tenía fácil, pues mi padre estaba deseando poder descargar algunas obligaciones en mí, y como a aquellas alturas Manuel era para mí ya mucho más que un simple amigo, hablé con mi progenitor, que no tuvo inconveniente alguno en ofrecerle un buen puesto en la administración de la empresa. Así pues, nos vimos con veintipocos años y con una estabilidad laboral y económica que muchos hubieran deseado para sí. Nos fuimos a vivir a La Coruña, donde mi padre tenía una delegación de su empresa de la cual nos hicimos cargo mi amigo y yo.
Al año siguiente, cuando Gloria terminó su carrera, ella y Manuel se casaron. Todavía recuerdo perfectamente la borrachera que agarré aquel día, viendo como la mujer de mis sueños se casaba con mi mejor amigo y se disipaban mis esperanzas de conseguirla, esperanzas que, por otra parte, siempre habían sido escasas. Porque durante aquellos últimos años, no sólo no la había olvidado, sino que cada vez me gustaba más, hasta el punto de empezar a comparar con ella a mis ligues ocasionales. Sin embargo, y según pude comprobar más tarde, aquella boda me hizo más bien que mal. Comencé a verla menos que antes, puesto que aunque Manuel y yo seguíamos manteniendo nuestra amistad y trabajábamos codo con codo, los tres nos reuníamos con mucha menos frecuencia. Ellos tenían su vida y yo la mía, que volvió de nuevo a ser ligeramente desordenada. Ganaba dinero y no tenía obligaciones familiares, así me dedicaba a divertirme siempre que podía, aunque con más moderación que en mis años de estudiante.
Fue por aquel entonces cuando descubrí una nueva diversión: el juego. No es que me convirtiera en ludópata, pero le tomé gusto a jugar a póker. Un conocido organizaba timbas a las que una noche me invitó. Aquella primera noche me limité a mirar, pero a la segunda ya participé. Apostaba pequeñas cantidades y cuando perdía sabía parar, más debo de reconocer que eso ocurría pocas veces, la mayoría de las ocasiones salía de la casa con considerables cantidades en el bolsillo. Solía jugar una vez al mes, normalmente el último sábado y con el tiempo esa cita llegó a convertirse en ineludible.
Unos de esos fines de semana de partida se me ocurrió invitar a Manuel. La madre de Gloria se había puesto enferma y ella se había ausentado durante unos días para cuidarla. El muchacho estaba sólo y me pareció buena idea llevarlo conmigo para distraerlo un poco. Además, hacía mucho tiempo que no compartíamos una jornada de juerga y aunque aquella partida de póker no fuera precisamente juerga, por lo menos era una buena excusa para pasar unas horas juntos. Ahora, transcurrido el tiempo, cuando echo la vista atrás y recuerdo aquella noche, llego a la conclusión que nunca debí pedirle que me acompañara, aunque, por otra parte, yo no podía saber de ninguna manera lo que estaba a punto de ocurrir. Manuel jugó una partida y ganó algo de dinero. A mí me ocurrió lo mismo, por lo que salimos de la timba entusiasmados y con ganas de pillar una borrachera como las de antaño. Cuando ya teníamos una buena cantidad de alcohol encima, comenzó a desbarrar. Decía que él era el mejor jugador de póker de la historia, como había demostrado aquella noche, y me pedía que no me olvidase de llevarlo a la próxima. Por supuesto le dije que sí y cumplí mi palabra, no sólo la siguiente vez, sino todas las veces. Manuel se convirtió en mi acompañante habitual. Al principio me gustaba llevarle conmigo, sentía que con ello recuperábamos parte de la intimidad perdida, hasta que me di cuenta de que no se tomaba el juego como yo. Manuel no sabía parar, y comenzó a perder ciertas cantidades de dinero. Cuando ocurría yo intentaba alejarlo de la mesa de juego, pero no había manera. Parecía, además, que los hados se confabulaban contra él y cuanto más jugaba, más perdía. Dejé de pedirle que me acompañara, pero pronto aprendió a ir solo y no sólo un sábado al mes, sino todos los sábados que se organizaba timba. Quise convencerlo de que no debía introducirse tanto en el mundo del juego, que era muy peligroso, puesto que estaba empezando a perder dinero sin control, le di una y otra vez consejos para que supiese retirarse a tiempo, pero de nada sirvió. Cuando me quise dar cuenta el vicio se había instalado en su cerebro. Comenzó a pedirme dinero y no supe negarme, aún sabiendo que si accedía a sus deseos terminaríamos ambos en la ruina más absoluta, pero si no se lo daba yo, podría intentar conseguirlo por otros medios más peligrosos. Llegó un momento en que temí que su mujer se diera cuenta, pues su nivel de vida a la fuerza se tenía que estar resintiendo, mas, la verdad, no sé cómo se las arreglaba, pero Gloria jamás dio muestras de saber nada del vicio enfermizo de su marido.
Una de aquellas noches de timba ocurrió lo inevitable. Manuel y yo echábamos la partida con otros dos jugadores y él empezó a perder. Bebía y cada vez estaba más ebrio. El alcohol nublaba su mente y cuando ya no le quedaba más dinero que apostar puso su casa en juego. Por más que yo le recriminaba su actitud no me hacía absolutamente ningún caso, al contrario, parecía como si mis palabras le provocaran más y le animaran a seguir introduciéndose en aquella espiral absurda de la que cada vez le resultaría más difícil salir. Finalmente pude arreglar la situación. Un golpe de suerte en una de las partidas hizo que yo ganara todo lo que él había apostado. Mi intención naturalmente era devolvérselo sin que los demás jugadores se enteraran, pues en aquellos ambientes bien se sabe que las deudas de juego son sagradas y no se deben perdonar jamás. Cuando por fin nos quedamos los dos solos se lo dije, le dije que le devolvía cada céntimo de su dinero y por supuesto la casa. Estaba tan sumamente borracho que se negaba en rotundo una y otra vez.
-Piensa en Gloria – le dije – ella no se merece pasar una vida de privaciones. Si sigues así es lo único que podrás ofrecerle.
Me miró con ojos vidriosos y sonrió amargamente.
-Gloria – dijo con voz pastosa, mirando al infinito – siempre te ha gustado ¿verdad?
Me sorprendió escucharle decir aquello. Nunca pensé que se hubiera dado cuenta de la atracción que su mujer ejercía sobre mí.
-No digas tonterías – le dije – Gloria es tu mujer y yo...
-Tú ¿qué? A ti te gusta, siempre te gustó, Sergio, no lo niegues. Pero eres un buen amigo, un amigo leal y no quisiste quitármela. De todas maneras, no tuviste y no tendrás ninguna posibilidad. Ella me quiere a mí.
Me sentía realmente incómodo oyéndolo pronunciar aquellas palabras que no eran más que la pura verdad.
-No digas bobadas, Manuel. Anda, vámonos. Y deja que te ayude, realmente lo necesitas.
Lo tomé suavemente por el brazo y lo dirigí hacia la puerta de salida, pero el se soltó bruscamente.
-No necesito que me ayudes y no son bobadas lo que estoy diciendo. A ti siempre te gustó mi mujer. Estoy seguro de que más de una vez te imaginaste en la cama con ella.
-¡Ya está bien! - grité enfadado – si no quieres escuchar mis consejos no lo hagas, pero deja ya de ofenderme.
-¿Ofenderte? Nada más lejos de mi intención, de veras. Pero fíjate que se me está ocurriendo una idea. ¿Quieres devolverme todo lo que he perdido? Bueno, tú mejor que nadie sabe que las deudas de juego son sagradas, yo perdí, tú ganaste. Así que vamos a jugarnos todo a una última apuesta.
-No pienso volver a jugar a las cartas contigo.
-No será necesario. Vamos a jugarnos a mi mujer, mi mujer contra todo lo que me has ganado esta noche.
-Estás completamente loco – le solté mirándolo asombrado, sin poder asimilar la chifladura que me estaba proponiendo.
-Estoy borracho, pero no loco y sé perfectamente lo que digo. Te estoy dando la oportunidad de conseguir a la mujer que siempre quisiste. O ella, o mis bienes. Es lo justo, así quedará la deuda saldada. Tienes tres meses a partir de hoy, si en ese tiempo la consigues, te quedas con ella, y yo me quedaré con el alma partida y con mis propiedades intactas. Si por el contrario no eres capaz de conquistarla, ella se quedará conmigo compartiendo mi ruina y para ti serán mis propiedades y mi dinero. Por cierto, si Gloria llega a serme infiel contigo, quiero pruebas.
Tardé unos días en volver a hablar con él, durante los cuales no aparecí por el trabajo precisamente porque no quería encararlo. Finalmente no me quedó otro remedio que coger el toro por los cuernos. Cuando volví a tenerlo delante, quise convencerlo de nuevo de lo absurdo de su propuesta. No hubo manera. Mantenía su argumento de que las deudas de juego no se perdonaban. Le sugerí que buscara otra alternativa, otra manera de arreglar aquello que no incluyera a Gloria.
-Contéstame sinceramente – me dijo – ¿Es cierto o no lo es que sientes algo por mi mujer?
-Eso no importa.
-Contéstame, por favor.
-Confieso que me atrae mucho pero....
-No me digas ya nada más, no necesito saber más. Ya han pasado seis días de los tres meses que tienes de plazo.
Aquello me parecía una locura, en realidad lo era, y sembró en mí una duda que me atormentaba. No quería dejar a mi amigo sin nada, tampoco sin esposa. Además aunque consiguiera que ella se fijara en mí y llegara a haber algo entre nosotros no podría quedarme a su lado. El caso es que entre muchas dudas y más quebraderos de cabeza, fui iniciando mi conquista de una manera sutil. A causa de nuestro trabajo teníamos que viajar bastante para contactar con los clientes de la bodega. Normalmente lo hacía yo, precisamente para que Manuel no se separara de su mujer. Entonces empecé a enviarlo a él. Dos días a un lugar, una semana a otro, temporadas cortas que yo aprovechaba para estar al lado de Gloria. Con peregrinas excusas la invitaba a cenar, a dar un paseo, a ver una película en mi casa. Ella accedía, agradeciéndome siempre lo mucho que me preocupaba por ella, distrayéndola mientras su marido estaba fuera. Poco a poco fuimos descubriéndonos, aprendiendo el uno del otro, haciéndonos confidencias, contándonos secretos. Confieso que acabé perdidamente enamorado de ella, mientras los remordimientos me corrían por dentro y la sentía cada vez más cerca de mí. Un día me atreví a besarla. Ella me correspondió, mas cuando nos separamos me dijo tímidamente que era mejor que no nos viésemos más, que aquello no podía volver a ocurrir. Tenía razón. Me pregunté qué pensaría si supiera que todo aquello formaba parte de un estúpido plan inventado por su propio marido.
Cuando Manuel tuvo que marchar de viaje de nuevo, la volví a llamar para invitarla a cenar. Percibí su duda momentánea a través del teléfono. Casi podía verle la cara, mordiendo tenuemente el labio inferior en un gesto característico. Finalmente me dijo que sí y quedamos en mi casa. Lo preparé todo, y no sólo la cena precisamente. Mi amigo me había pedido pruebas y se las iba a mostrar. Preparé mi cámara de vídeo medio oculta en mi habitación, enfocando una cama donde tal vez horas más tarde se consumaría una infidelidad, se ganaría y se perdería a la vez una apuesta que nunca debió de hacerse. No voy a entrar en detalles, simplemente decir que Gloria accedió dulcemente a mis deseos porque también eran los suyos y juntos surcamos un mundo se sensaciones que no podríamos volver a sentir jamás.
Al día siguiente fui temprano a la oficina, dejé la prueba de mi victoria en el cajón de la mesa de Manuel, con una nota muy escueta en la que le decía dónde estaba su dinero y las llaves de su casa. Ni siquiera me despedí. Lo tenía todo preparado de antemano por si acaso. Mi padre abrió una nueva delegación de su negocio en otro país y yo me ofrecí voluntario para llevarla. Nadie se explica el porqué de mi huída, tanto más cuando pedí a mi padre que no contase a nadie mi paradero. No volví a saber de Manuel y Gloria, no se si están juntos o no, en todo caso, qué más da. No podría jamás vivir cerca de ellos, ni mirarles a los ojos, hayan roto o no. Estoy mejor aquí, lejos, viviendo en la incertidumbre y con el peso de la infidelidad de Gloria en mi conciencia, buscando en cada mujer con la que estoy, la calidez de sus besos y en cada hombre que conozco, la perfecta amistad que un día me unió a Manuel.

sábado, 18 de octubre de 2008

EL MALETIN

Juan y Nacho esperaban cómodamente sentados en un banco de la estación que llegara por fin el autobús que los había de llevar de vuelta a casa, después de la dura jornada de instituto. Charlaban cansadamente sobre el difícil trabajo de literatura que tenían que entregar en unos días y sobre lo buena que estaba la nueva profesora de inglés. Eran casi las seis de la tarde y el andén era un hormiguero de personas variopintas y en general, con muchas prisas. Un bus hizo su entrada y aparcó unos metros más allá del banco donde se sentaban nuestros muchachos. Las puertas se abrieron y por ellas empezaron a desfilar los viajeros. Un chica rubia, de cuerpo menudo y cara angelical, hacía verdaderos esfuerzos para poder salir. Cargada con una enorme mochila a la espalda, en su mano izquierda la funda de un chelo y en la derecha un malentín negro, apenas podía pasar por el reducido espacio que dejaba la puerta abierta. Cuando por fin lo consiguió, se sentó en un banco y suspiró. Posó los objetos que traía en sus manos, se sacó la mochila de la espalda y se entretuvo un rato revolviendo en su interior. Miró hacia la nada, pensativa, durante unos segundos, al cabo de los cuales cargó de nuevo la mochila a su espalda, tomó en sus manos el chelo que casi era más grande que ella y se fue, olvidándose el maletín negro....¿o no se lo había olvidado?
Juan dió un codazo a Nacho.
-¿Has visto eso, amigo?
-¿El qué?
-La rubia esa que bajó del bus.
-Ya, estaba buena ¿eh?
-No joder, no me refiero a si estaba buena o no. ¿No has visto lo que se ha dejado ahí, junto al banco?
Nacho miró hacia donde su amigo le indicaba y vió el maletín negro.
-Vaya, se le ha olvidado el maletín. Es mejor que lo llevemos a consigna, seguro que viene a por él.
-¡Ni hablar! ¿Estás loco? ¿Tú cómo sabes que se le ha olvidado? A lo mejor lo dejó ahí adrede. Dios sabe lo que contiene.
-Bueno y a nosotros qué nos importa lo que contenga.Lo devolvemos y punto.
-Nacho, a veces pareces tonto. ¿No te das cuenta de que puede ser un maletín explosivo? A lo mejor forma parte de un atentado. Debemos actuar con suma cautela.
Nacho miró a su amigo y sonrió.
-Juan, decididamente, estás como una puta cabra. Creo que deberías de ver menos la televisión.
-Pero vamos a ver tío, ¿no te fijaste que llevaba también una funda de un chelo? Es el escondite perfecto para una arma.
-Por favor....
En esa discusión se encontraban cuando un hombre bajito y barrigudo, medio calvo y con cara de mala leche, se acercó a ellos.
-Eh, chicos - llamó sus atención - ¿es vuestro este maletín negro?
-No, no lo es - respondió Juan levantándose en seguida -una mujer rubia ha bajado de un autobús y lo ha dejado ahí.
-Se le habrá olvidado.
-Yo creo más bien que lo ha dejado a propósito - siguió diciendo el chico sumergido en su propia fantasía - debemos andar con ojo. Puede ser cualquier cosa.
El viejo lo miró sorprendido.
-Anda, pues tienes razón. No os mováis de aquí. Voy a buscar a algún responsable al que podáis contar lo que habéis visto.
El hombre marchó hacia el interior de la terminal renqueando.
-Ya la has liado, Juan -regañó Nacho.
-De liarla nada, estamos haciendo lo correcto.
Esperaron en silencio durante unos minutos, tras los que vieron acercarse a ellos al viejo gordo con un empleado de la estación.
-Ese maletín - decía el viejo - apareció ahí hace un rato, abandonado por una muchacha rubia. Estos chicos lo vieron todo.
El empleado, vestido con un uniforme azul y con cara de tonto, se dirigió a los muchachos.
- ¿Es eso cierto? ¿Qué habéis visto?
-En realidad nada, solo.....
Juan no dejó proseguir a su compañero, él era el que realmente se había fijado en la jugada de la rubia.
-Una muchacha rubia bajo de un bus y dejó el maletín al lado del banco. Además llevaba una mochila cargada a la espalda y una funda de un chelo.
-En esa funda escondía un arma, seguro - replicó el viejo.
El empleado puso cara de preocupación
-Es posible.Tendré que avisar a mis superiores. ¿Os fijasteis en la procedencia del bus?
-La verdad es que no, señor. Lo que si me llamó la atención es que tan pronto como los vaijeros se apearon, el vehículo salió de la estación.
El hombre se retiró sin decir nada, caminando muy aprisa. Alrededor del maletín se había arremolinado un pequeño grupo de curiosos.
-¡No se acerquen! -ordenó el viejo - es probable que el maletín sea peligroso.
-¿Peligroso? - preguntó una mujer con la cara muy pintada y vestida con abrigo de pieles - ¿No será un atentado? Seguro que es un atentado y no nos quieren decir nada.
El grupo de gente comenzó a murmurar. A pesar del supuesto peligro el maletín, era tal su curiosidad que a ninguno se le ocurrió escapar de allí. Apareció entonces el director de la estación. Venía muy excitado y hacia aspavientos con los brazos.
-¡Apártense, apártense! ¿No se dan ustedes cuenta del peligro que pueden estar corriendo? A ver ¿qué ha pasado aquí?
Juan contó por enésima vez lo que había visto. Esta vez lo adornó un poco. La rubia tenía cara siniestra, miraba constantemente hacia los lados, como si temiese que la vigilaran y todo lo hizo muy rápido. Su amigo lo miraba sin dar crédito a lo que estaba escuchando.
-¿Podrías reconocerla si la vieras? -le preguntó el director.
-Por supuesto que sí.
-Venid conmigo.
Llevó a los chicos a su despacho y les enseñó la foto de una peligrosa terrorista.
-¿Puede ser esta?
Juan la miró, se rascó la barbilla pensativo y finalmente dio su opinión.
-No lo puedo afirmar con rotundidad, pero juraría que es ella con un noventa por cierto de posibilidades de acertar.
-¿Y tú que dices muchacho? - preguntó de nuevo del director, esta vez a Nacho.
El chico miró bien a foto y la conclusión a la que llegó fue que estaba seguro al cien por cien, de que aquella no era la chica que buscaban, pero se abstuvo de decir nada.
-Yo es que en realidad...no pude apreciar con claridad sus facciones.
-Bueno, si tu compañero dice que es esta yo debo creerle. Estamos ante un problema muy grave. Voy a llamar a la policía.
Así lo hizo de inmediato.
-Oiga ¿policía? Le llamo de la estación Central de autobuses, soy el director. Veran, ejem, es que hemos detectado un maletin en el andén que puede ser peligroso.....Si,si, completamente abandonado........Un muchacho se fijó en que una mujer lo dejaba allí, abandonado junto a un banco......Por supuesto, ya lo hice y uno de los muchachos la ha identificado como ella.......Por supuesto , lo haré.
Colgó el teléfono con solemnidad, como si sintiera auténtico orgullo al estar viviendo una situación extraordinaria, que tenía intención de manejar con tino.
-Estarán aquí en unos minutos. Hay que acordonar la zona y cerrar las puertas de la estación para que nadie pueda entrar ni salir.
A partir de aquel momento Juan y Nacho fueron totalmente ignorados. Ya no importaba lo que hubieran visto o no. Salieron de nuevo al andén y se limitaron a observar.
-¡Atención, señoras y señores! - vociferó el director cual si estuviera presentando un programa de televisión - No quiero asustarlos, pero una terrorista muy peligrosa, anda suelta y ha dejado en esta estación un maletín de explosivos con la malévola intención de provocar un atentado. Van acordonar la zona, pero ustedes, de momento, no pueden abandonar el recinto de la estación. Tranquilidad, y tengan paciencia. La policía llegará en breves momentos.
Ante las voces emitidas por el hombre el gentío era cada vez mayor. Se acercaban curiosos a saber qué estaba pasando.
-¿Qué pasa aquí? - preguntó una muchacha con muy mala pinta.
-Un terrorista anda suelta y un maletín está a punto de estallar- le informó una mujer con aspecto de muy cotilla que la miró de mala manera - ¿No será usted, verdad?
-Anda y que te jodan - le contestó la chica alejándose del lugar.
De repente las sirenas de la policía se dejaron oir en el exterior. Segundos más tardes la estación estaba tomada por una decena de maderos armados hasta los dientes. Uno de ellos se acercó al maletín. Lo tomó con cuidado entre sus manos y lo acercó a su oreja, como si fuera una radio.
-Sin duda alguna, esto es peligroso. Tendremos que llamar a los artificieros para que desactiven los explosivos que hay aquí dentro, que seguro son muchos y muy destructivos. ¿Quien ha visto a la mujer que lo dejó aquí?
Juan hizo ademán de contestar, pero se quedó en eso, en un ademán, porque la mujer con pinta de cotilla, que se sabía la historia sólo de oídas, pero que se sentía absoluta protagonista de la misma, se le adelantó.
-Es esa terrorista tan buscada señor policía, yo misma la vi salir corriendo de la estación mirando a un lado y a otro, seguro que hasta ella misma se sabía sospechosa. Y llevaba un funda de un violín, donde, sin duda alguna, escondía una pistola. ¡Ay, Señor, qué cosas nos toca vivir!
-Yo también la vi -manifestó un hombre de abrigo negro y sombrero de ala ancha- es más, yo juraría que en la mochila que cargaba a su espalda, se dibujaba la silueta de una ametralladora.
Ante semejantes manifestaciones, el señor policía ordenó la presentación urgente en la estación de tres artificieros. Aquello había que sacarlo de allí cuanto antes, pues no se sabía el momento preciso en que podía estallar. Asimismo dio la orden de buscar por los alrededores a una mujer rubia con las características que ya eran de sobras conocidas por todos. En cuanto llegaron los tres hombres, equipados con trajes especiales y con unas escafandras que les protegían de posibles detonaciones, se acercaron raudos al maletín. Lo tomaron con sumo cuidado, lo estudiaron, le aplicaron una serie de sofisticados aparatos y llegaron a la conclusión de que era peligrosísimo. Era preciso actuar con la máxima urgencia, pues la explosión se podía producir de un instante a otro. Justo cuando iban a proceder a su apertura, otro policía se acercó a ellos. Hablaron durante un rato. Los curiosos eran ahora bastantes más que al principio, todos con cierto afán de protagonismo que les hacía desafiar al peligro. Entonces ocurrió lo inesperado. La "terrible terrorista rubia" que todos esperaban apareció acompañada del inspector. Todas las miradas se concentraron en ella. Su cara asustada y sus ojos asombrados hablaban por sí solos.
-Yo solo venía....a recoger mi maletín de partituras. Tengo examen en el conservatorio y sin ellas no me dejan presentarme.
Ante el asombro de todos los presentes, la chica cogió su maletín, lo abrió para enseñar su contenido, lo volvió a cerrar y se fue por donde había llegado, en medio del silencio sepulcral que se había adueñado del lugar. Al momento los curiosos comenzaron a dispersarse.
-Desde luego la gente, se monta unas historias.....- exclamó Juan.
-Y que lo digas, tío.
-Y encima ahora en casa me regañarán por llegar tarde.
-Pues no les cuentes nada de esto, porque no te creerán.
-¿Qué les podemos decir?
Los dos amigos salieron de la estación, mientras se inventaban otra historia para contar en casa, donde, por supuesto, el protagonista no fuera ningún maletín.